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Me llamo Elisabet Valls y me considero una persona curiosa que con el nacimiento de mi primera sobrina, descubrí la mayor de mis pasiones: disfrutar de la alegría de los niños y ayudarlos a que exploren todas sus potencialidades a través del juego.

Así que me puse a estudiar de inmediato el Técnico Superior en Educación Infantil para empezar cuanto antes mi labor con ellos. ¡Y ya estoy a punto de acabar mis estudios!

Además, desde hace ya bastante años tomé la firme decisión de volver a conectar con la curiosidad y la alegría de la niña que fui y por eso decidí formarme como monitora de risoterapia.

Gracias a esta maravillosa formación recordé lo importante que es aprender a través del juego compartido con otras personas para desarrollar la empatía, la cooperación y la amistad.

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Sin embargo, yo sabía que durante el desarrollo de un ser humano se dan muchas situaciones vitales difíciles de superar en las que experimentamos emociones negativas que pueden acabar marcando el desarrollo de nuestra personalidad adulta.

Así que por responsabilidad hacia los niños que voy a educar, para no transferirles esas mismas emociones negativas que yo viví, decidí sumergirme en un potente proceso de revisión vital que me permitió resignificar aquellas situaciones vitales difíciles que marcaron mi desarrollo infantil.

Una vez terminé este proceso, conocido como el Proceso Hoffman, me sentí más preparada para acompañar a los niños en su propia evolución personal.

Siento que es muy importante buscar los recursos y herramientas más eficaces para ayudar de forma consciente a que cada niña y niño se desarrolle con el máximo cuidado, atención y amor posible, respetando su individualidad y ayudándole a potenciar sus talentos naturales.

Otra experiencia que hizo que me diera cuenta de la preciosa individualidad que cada niño o niña tiene, me la aportó el estar cuidando a niñas y niños de distinta edad. Desde unos pocos meses hasta unos años de edad.

Allí me di cuenta que, incluso el niño más pequeño que cuidé de unos tres meses de edad, tenía una forma peculiar de estar y de reaccionar ante su entorno que lo hacía único.

Y con todos los niños y niñas que he cuidado siempre he encontrado un denominador común: Ellos no necesitan aprender a disfrutar de la vida. Ni parecen proponérselo, simplemente están presentes, disfrutando del regalo de vivir.

Creo que es muy importante que, como adultos con niños a nuestro cargo – ya sea como padres o educadores -, tenemos la responsabilidad de transmitirles nuestra parte más sana, alegre y consciente para que ellos puedan construir una vida llena de amor y sentido.

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